Nuestro rol ante el cambio climático

A pesar de los rápidos y drásticos cambios que está viviendo el clima a causa de las actividades humanas, poco se ha reflexionado sobre la necesaria modificación de nuestras pautas de vida y consumo. Por esa razón propusimos al semanario político Enfoque, del diario Reforma, abordar este tema.

La incapacidad civilizatoria
por Alejandro Calvillo, director de El Poder del Consumidor AC

Diversas civilizaciones desparecieron por su falta de capacidad para manejar sustentablemente los recursos naturales de los que dependían. Podría argumentarse que en varios casos no existió el conocimiento previo para evitar que eso les ocurriera. En otros, podemos suponer que se previó el desastre que se avecinaba; sin embargo, la estructura social, la composición política, la ideología o cosmovisión creada, los intereses imperantes, convertidos en falta de capacidad para modificar el rumbo, impidieron evadir la catástrofe.

En este escenario nos preguntamos: ¿en qué radica la incapacidad de nuestra civilización para enfrentar el cambio climático que pone en peligro su sobrevivencia en los términos que la conocemos? ¿Es falta de previsión o incapacidad de respuesta por los poderes, intereses o la cultura dominante?

La paradoja de la previsión
Hace más de un siglo, en 1896, un solitario científico sueco, Svante Arrhenius, advirtió que el aumento de CO2 en la atmósfera provocaría un incremento de la temperatura en la Tierra. Arrhenius fue ignorado prácticamente hasta que Charles David Keeling en 1957 advirtió que la cantidad de CO2 acumulada en nuestra atmósfera era cada vez mayor. En 1975 publicó en la revista Science el artículo «Cambio Climático: ¿estamos al borde de un calentamiento global pronunciado?».

Ante la suma de evidencias sobre el cambio climático, en 1988 se constituyó el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el mayor esfuerzo científico internacional realizado en la historia de la humanidad. En su primer reporte, el IPCC (por su sigla en inglés), advertía que se deberían reducir las emisiones de CO2 -es decir, disminuir el consumo de combustibles fósiles- en un 80%. Esto significaba una revolución radical en la base energética de la civilización.

No sólo no se redujeron las emisiones en 80%; de 1990 a la fecha han aumentado en 20%.

Entre la primera advertencia sobre el posible impacto de las emisiones de CO2 en la atmósfera y el primer consenso científico pasó un siglo. Si pensamos que las emisiones de CO2 se dispararon con la revolución industrial, con el inicio del consumo masivo de combustibles fósiles, podemos decir, a grandes rasgos, que tardamos un siglo en pensar en sus posibles efectos negativos y un siglo más en plantearnos que había que actuar. En tiempos biológicos o geológicos, un siglo no es nada; sin embargo, en los tiempos de la sociedad industrial y postindustrial es mucho, considerando la transformación vertiginosa de la sociedad dominada por la religión del progreso expresada en el sometimiento técnico del mundo y la economía enfocada en la obtención de la mayor ganancia privada al menor costo.

En la vorágine del tiempo vertiginoso de la sociedad industrial-postindustrial la previsión del cambio climático, como consenso científico, es tardía. Sin embargo, la culpa de esta respuesta tardía no tiene que ver tanto con la capacidad o incapacidad científica como con el cambio desbordado, la innovación sin control, el sometimiento de la sociedad y su destino por la competencia mercantil, las guerras por los mercados, la imposición del consumo sobre las necesidades y el aniquilamiento del bien público por el interés privado.

La incapacidad de respuesta
En 1992, durante la Cumbre de la Tierra en Brasil, se verían las resistencias a tomar cualquier medida que implicara modificar los hábitos de consumo y las ganancias de la industria petrolera y automotriz. George Bush padre se negó a asistir a la Cumbre si se ejercían presiones para alcanzar algún acuerdo en la reducción de emisiones; por su parte, el vocero de la Casa Blanca advirtió que no se actuaría en contra de la libertad de los estadounidenses de utilizar sus automóviles tanto como ellos quisieran. La comunidad internacional cedió ante Bush padre y no se alcanzaron compromisos. Las empresas petroleras vinculadas a los republicanos estadounidenses comenzaron una campaña de desprestigio contra la teoría del cambio climático dando todo el foro a un grupo de científicos conocidos como los “escépticos” (varios de ellos subsidiados por la industria), con lo cual logró generar serias dudas sobre la realidad del cambio climático en la población de los Estados Unidos, e incluso en grupos de científicos de ese país y otras naciones, incluyendo un amplio sector de mexicanos.

Fue hasta 1997 que se firmó el Protocolo de Kioto, un acuerdo internacional vinculante, que en un primer momento obliga a las naciones industrializadas a reducir sus emisiones. Estados Unidos firmó el Protocolo, sin embargo, la mayoría republicana se negó a ratificarlo en el Senado dejando al país, que era el mayor consumidor de combustibles fósiles y el mayor emisor de gases de efecto invernadero, fuera del acuerdo internacional.

El Protocolo ha fracasado -hasta el momento- frente al desafío que enfrenta, pues no ha logrado reducir las tendencias crecientes en las emisiones de los gases de efecto invernadero. Mientras, las evidencias científicas van demostrando que los efectos del cambio climático se están presentando en lapsos de tiempo mucho más cortos que los estimados, de manera que lo que se preveía que podría ocurrir a las siguientes generaciones ya comienza a suceder, poniendo en riesgo la vida de millones y cientos de millones de personas, especialmente en zonas vulnerables y en naciones que no tienen recursos para adaptarse frente a estos efectos.

En el fondo, nos enfrentamos a la incapacidad civilizatoria de responder, debido a que las esferas del poder (políticos y empresarios) operan en una perspectiva de muy corto plazo ya que ésta es una de las condiciones civilizatorias bajo el paradigma de la idea del progreso y la premura por la ganancia política y/o económica. El cambio climático es un fenómeno con el que no pueden lidiar, se sale de su esquema mental de la inmediatez, de la estructura temporal en la que operan los beneficios económicos y de poder. Se esperaría que esto no ocurriera en otros sectores como el intelectual, pero así sucede. Por ejemplo, no encontramos la atención requerida a este tema en publicaciones como “Letras Libres” o “Nexos”, por mencionar sólo un par.

Seguramente es la dificultad, la inseguridad de caminar sobre nuevos senderos, en un escenario que pone demasiados cuestionamientos a preceptos no examinados anteriormente, por lo menos, no en el nivel que el fenómeno nos plantea. Este es el caso del sentido destructivo de una economía basada en el hiperconsumo de unos cuantos y la exclusión de la mayoría, de la mercantilización de los bienes comunes y públicos, del reino de la especulación. ¿Cómo poner en primer lugar el interés colectivo por encima de la lógica del interés privado como motor del “desarrollo”?

El hiperconsumo insostenible
En un mundo globalizado por la introducción de un mismo modelo de vida y consumo en cada rincón del planeta, donde los espacios y las prácticas tradicionales son paulatinamente aniquilados bajo la privatización de los bienes y el entretenimiento, sustentado en la destrucción de lo social reduciendo al individuo a sí mismo, lo que se está imponiendo es el modelo estadounidense.

Este modelo, promovido y seguido en todo el mundo, tanto por quienes producen como por quienes consumen, dejando en la marginalidad y la exclusión a parte importante de la humanidad, es, por excelencia, el mayor responsable de las emisiones de gases invernadero y del cambio climático.

Para considerar los impactos ambientales de este modelo mundial de consumo tomemos en cuenta la estimación que indica que un estadounidense promedio consume al día 52 kilogramos de materias básicas, volumen que está compuesto de: 18 kilogramos de petróleo y carbón, 13 kilogramos de otros minerales, 12 kilogramos de productos agrícolas y 9 kilogramos de productos forestales. El doctor Mario Molina, citando a Lester Brown, señala que para el año 2031, cuando los niños que ahora están naciendo tengan solamente 22 años, China estará alcanzando, como nación, el mismo consumo que los Estados Unidos. La expansión del modelo estadounidense está acelerando aún más el cambio climático sin que se cuestione este proceso en ningún momento.

El aumento del consumo de energía se suma al aumento de la población mundial. Se calcula que un individuo al inicio de la Revolución Industrial, mediados del siglo XVIII, había alcanzado un consumo de 77,000 kilocalorías al día (alimento, habitación, transporte, agricultura, comercio). Actualmente, el consumo energético promedio diario por persona alcanza 230,000 kilocalorías. Por otro lado, al inicio de la Revolución Industrial existían 600 millones de personas, ahora somos más de 6 mil millones de habitantes. Si multiplicamos el consumo individual por la población mundial obtenemos el escenario ambiental que conocemos.

Las acciones frente al cambio climático no tienen ningún futuro si no se cuestiona el modelo de consumo y esto se debe a dos razones centrales:

1. Con energías renovables, que son la única opción razonable, será imposible cubrir la demanda energética bajo el actual modelo de consumo y menos aún tendrán la capacidad de incorporar a los excluidos.

2. El modelo de consumo actual no sólo significa derroche energético sino también la destrucción de la mayor parte de los recursos naturales no renovables incorporados a la producción, es decir, no sólo tiene como resultado el cambio climático sino también el agotamiento de los recursos minerales, la destrucción tanto de selvas y bosques como de la biodiversidad del planeta, y diversas formas de contaminación química, radioactiva y transgénica.

Se requiere una reducción y transformación radical del consumo en las ciudades, en los hogares, las oficinas y las fábricas. El transporte público debe ser favorecido sobre el privado. Se debe rechazar la obsolescencia de los productos o volverse explícito su plazo de vida. Los empaques y envases desechables deben incorporar sus costos ambientales para favorecer la venta a granel de todos los productos. Dar preferencia a las formas de comunicación electrónica para evitar los desplazamientos por tierra, mar y aire. Debemos poder generar en nuestros espacios físicos la mayor parte de la energía que consumimos y nuestros alimentos deben venir, en su mayoría, de los territorios que nos circundan. Los valores y no las posesiones deben guiar a nuestra sociedad.

En el fondo es un asunto de poder, de quién decide, de quién comunica, de quién tiene los medios, de quién hace las leyes. Se trata de recuperar los espacios y apoyos colectivos, la cultura, la implementación de las regulaciones para la protección de los intereses colectivos, de los bienes comunes y públicos.

Mientras el poder esté en quienes tienen por objetivo el mayor beneficio económico privado, se buscará que el consumo de los productos siga aumentando y sean desechados cada vez más rápidamente, ya que ésta es la base de una “economía sana”.

(Publicado en Enfoque, Reforma, 19 abril 2009)

Otros textos en el mismo número de Enfoque:

Cambio Climático, amenaza y oportunidad
por Adrián Fernández Bremauntz, presidente del Instituto Nacional de Ecología

Aun si países como Estados Unidos, Canadá, Japón y los miembros de la Comunidad Europea redujeran sus emisiones en 80-90% en las siguientes décadas, esto no sería suficiente para impedir que las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera alcancen niveles que ocasionen un incremento en la temperatura global que desencadenaría impactos ambientales muy serios y quizás irreversibles. Esto significa que países como China, India, Brasil, México, Indonesia, Corea y Sudáfrica, entre otros, también tendrán que reducir significativamente sus emisiones.

El impacto económico
por Horacio Catalán, co-autor de La economía del cambio climático en México

Los impactos económicos del cambio climático para este siglo determinarán en gran medida las características y condiciones del desarrollo económico. Los impactos previstos son crecientes y sus costos globales oscilan entre 1 y 30% del PIB mundial, mientras que los costos de la mitigación varían entre el 1 y el 8% del PIB. La magnitud de los costos depende del momento en el que se decide realizar las acciones de mitigación o adaptación. Así, posponer cualquier acción en referencia al cambio climático resulta costosa.