Víctimas de la medicina no preventiva
La ausencia de un enfoque preventivo en la medicina parece haber sido una de las razones de que en México ocurrieran más muertes por la epidemia de influenza que en el resto del mundo. Gracias al trabajo periodístico, hoy podemos conocer la historia de dos víctimas. Ellas pertenecen a la familia Zaragoza Reyes, que vive en las barrancas de Las Águilas, en la delegación Álvaro Obregón.
El diario español El Periódico (6 mayo 2009) relata la muerte de Viviana (23 años) y Pedro (25 años), afectados por el virus de la influenza y por graves deficiencias en la atención médica de los hospitales por los que desfilaron buscando desesperadamente una ayuda o un medicamento que no recibieron.
Al iniciar abril, Viviana se empezó a sentir mal. Tosía y tenía fiebre, pero la madre y las hermanas, que andaban al cuidado del padre que estaba hospitalizado esos días para ser operado de la vesícula, le remediaron la gripe con penicilina, pero el sábado de Gloria empeoró y alcanzó los 40 grados.
La familia la llevó al hospital Enrique Cabrera. Allí le recetaron paracetamol, un jarabe para la tos e Isodine para gárgaras y la enviaron a casa. Le diagnosticaron una simple infección de garganta.
En su casa no mejoró. El 12 de abril regresaron al mismo hospital. Entró con las uñas moradas. La entubaron para recibir oxígeno. Cuatro horas y media después murió con el diagnóstico de neumonía atípica.
Mariano, el hermano mayor, se encargó del papeleo y del entierro. Se empezó a sentir mal y el 14 ya le faltaba el aire. Por ser el único derechohabiente de la familia, ingresó en la Clínica 8, pero antes le rechazaron hasta tres veces con el pretexto de que la suya también era una simple infección de garganta. Consiguió una cama después de ir con fiebre al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, donde le dieron una carta para que ingresara a la clínica 8. De momento reacciona bien. Paga de su bolsillo sus dosis de Tamiflu.
Como su tío Mariano, Pedro se empezó a sentir mal. Un médico de farmacia le recetó un antibiótico. En casa, el malestar se agudizó. Acudieron al mismo hospital en el que murió Viviana. El mismo diagnóstico: una infección de garganta. Pero con una diferencia. Desde el día 16 las autoridades sanitarias mexicanas ya eran conscientes de que los hospitales no dejaban de recibir pacientes con una extraña insuficiencia respiratoria. Regresaron a casa y Pedro empezó a sacar flemas con sangre.
Lo llevaron al Hospital Naval de la Marina. Entró y la madre pagó 400 pesos para que le hicieran unas placas de los pulmones. Los tenía destrozados. «Le exigieron 20,000 pesos para ingresarlo. Mi hermana les suplicó que lo curaran primero y que después buscaría el dinero como fuera».
De nada sirvieron las lágrimas; se lo dejaron en la puerta. Una doctora amiga de la familia sugirió que lo trasladaran al Hospital de Balbuena. Pedro ingresó a la misma hora en que el secretario de Salud, José Ángel Córdova, anunciaba el estado de emergencia sanitaria por culpa de un virus.
En el hospital no había el antiviral Tamiflu. La familia consiguió una caja en Acapulco. El domingo 26 de abril Pedro murió.
La familia está segura de haberse contagiado en el hospital Darío Fernández, donde operaron al abuelo.
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