El maíz mexicano, en grave riesgo
José Sarukhán, el ecólogo más destacado de México y actual presidente de la Comisión Nacional para el Uso y Conocimiento de la Biodiversidad (Conabio) se pronunció en contra de la siembra de maíz transgénico en México por los riesgos que representa para los cultivos de maíz criollo.
Este pronunciamiento ocurre en el momento en que el gobierno mexicano está siendo presionado por la empresa Monsanto para que autorice la siembra experimental de maíz transgénico, a pesar de que eso pondría en riesgo zonas que son centros de origen de este cultivo a escala planetaria, es decir, sitios donde surgió el maíz tal como hoy lo conocemos y que por lo tanto constituyen enclaves biológicos de gran valor.
La decisión de estos permisos de siembra está en manos del secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Juan Elvira Quesada, quien deberá tomar una decisión histórica.
“Juan Elvira no puede pecar de ingenuo. Él conoce perfectamente cómo se imponen los intereses de las empresas en diversos sectores del gobierno mexicano. Ya en una ocasión tuvo que callar a Víctor Manuel Villalobos que desde la Secretaría de Agricultura quería orientar la política mexicana a favor de Monsanto durante una sesión del Protocolo de Cartagena, acuerdo internacional que reconoce el derecho de una nación a aplicar el principio precautorio para impedir el ingreso de transgénicos cuando los considera un riesgo para la salud o la biodiversidad”, señaló Alejandro Calvillo, director de El Poder del Consumidor.
En 2003, el doctor Sarukhán, ex rector de la UNAM, coordinó uno de los más importantes estudios realizados para evaluar el impacto que tendría en México la introducción del maíz transgénico. Ese estudio fue realizado por encargo de la Comisión de Cooperación Ambiental del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en él participaron expertos de diversas nacionalidades. La conclusión fue recomendar al gobierno mexicano no introducir el maíz transgénico en su territorio, por las consecuencias ambientales, sociales y económicas que esto podría generar.
“La introducción del maíz transgénico no responde más que al deseo de un par de grandes corporaciones -especialmente Monsanto-, de apropiarse de las semillas del mundo y obligar a los campesinos a pagar regalías cada vez que siembren”, señala Calvillo.
Sarukhán lo reconoce: “Sí, hay muchos intereses económicos detrás de esto, pero en cuestiones de alimentación la pregunta es: ¿ponemos los intereses económicos, de una, dos o tres compañías por encima del interés social de la población mexicana? ¿El interés privado sobre el interés social? Yo creo que no”.
Aparte de los riesgos ambientales y de salud que representan los transgénicos, existe otro riesgo evidente: al sembrar maíz transgénico, su polen contaminará a los maíces criollos. Una vez que aparezca el gen patentado por Monsanto en los maíces criollos, la corporación podrá exigir a los campesinos mexicanos que le paguen regalías cada vez que siembren la semilla, aunque esos campesinos y sus ancestros fueran los que durante miles de años desarrollaron esa semilla. Esto ya ha ocurrido con la colza en Canadá, donde Monsanto demandó penalmente a agricultores orgánicos cuyas semillas fueron contaminadas con colza transgénica de esa corporación. No es casual que conforme desarrollaba los transgénicos, Monsanto se hiciera de un ejército de abogados que se encargan de demandar a agricultores por la siembra de semillas que contienen los genes patentados por esta empresa.
Durante la presentación del libro Origen y diversificación del maíz, una revisión analítica (La Jornada, 2 octubre 2009), Sarukhán afirmó que los transgénicos no son buenos ni malos, depende de cómo se usen. “Pero el maíz es otra cosa, no podemos pensar que es lo mismo que soya. Ha habido contribución de enriquecimiento genético, es un patrimonio. Se debe cuidar”. Consideró que sí se debe experimentar, “pero con ciertas formas, normas y reglas que aseguren tener la información que queremos, y evitemos riesgos como el flujo de transgénicos a áreas nativas”.
Dijo que el maíz se originó y domesticó a partir del teocintle, por los habitantes de este país, aunque hay evidencias de que quienes generaron la diversidad y transmitieron el conocimiento de domesticación del maíz, fueron las mujeres de los diferentes grupos étnicos. Recordó que en México hay por lo menos 60 razas nativas, y en cada una de ellas al menos tres variantes en texturas y colores.
El libro presentado indica que hay cuatro posibles centros de origen y domesticación del maíz, que son la mesa central (Estado de México, DF, Morelos, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, Querétaro, Guanajuato y Michoacán); la región de Oaxaca, Chiapas y Guatemala; el occidente de México (Colima, Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Zacatecas, Nayarit y Aguascalientes) y la zona norte (Chihuahua y Durango).
Entres sus recomendaciones está reinstalar la moratoria al cultivo de maíz transgénico –que estuvo vigente 11 años– para definir los centros de origen, contar con la infraestructura para el control del transgénico, determinar el grado de contaminación y proponer cambios a la Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados. También indica que se debe proteger a los 2 millones de agricultores en pequeña escala que existen, porque “se debe reconocer que son ellos los guardianes del germoplasma nativo del maíz”.
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