La dulce victoria de las corporaciones

Las empresas productoras de comida chatarra saben bien que el consumo de alimentos dulces provoca gusto por más alimentos dulces. Los investigadores han encontrado que al exponer a los jóvenes a alimentos dulces, se genera en ellos el deseo por alimentos cada vez más dulces. Lo anterior es reforzado por otros estudios que han comprobado que la exposición a bebidas dulces durante la infancia resulta en un mayor deseo por sabores dulces por el resto de la vida. La consecuencia es la alta incidencia de sobrepeso y obesidad entre la población.

Cuando se trata de regular el contenido de azúcar, las empresas tienen bajo la manga los edulcorantes calóricos para mantener el gusto por lo dulce, argumentando que son seguros y eficientes para combatir el sobrepeso y la obesidad. En primer lugar, no existen estudios que aseguren que no representan un daño cuando se consumen desde temprana edad como lo señalan el Instituto de Medicina de Estados Unidos y el Instituto Nacional de Salud Pública de México.

Por otro lado, se ha comprobado que la adición de edulcorantes no nutritivos, a productos que no tienen energía, puede promover una mayor ingesta de energía, contribuyendo a la obesidad. Es un hecho que los edulcorantes no nutritivos estimulan la secreción de insulina y el metabolismo de glucosa, estimulando el apetito y consumo de alimentos.

También existe una asociación significativa al gusto por lo dulce y la exposición continua a este sabor. Para disminuir el gusto aprendido por lo dulce, se requiere restringir la exposición a alimentos dulces y bebidas, incluyendo a aquellos que no son fuentes significativas de energía. El cuerpo guarda memoria sobre las consecuencias metabólicas que tiene la ingestión de un alimento a través de exposiciones previas. Es esta reacción la que contribuye a la toma de decisiones acerca de qué tipo y cantidad de comida hay que consumir. La repetida exposición a los alimentos bajos en energía que contengan edulcorantes artificiales tiene como consecuencia una reacción no-cognitiva de que su consumo contribuirá con muy poca energía a la dieta. Los niños no conocen ni comprenden todo lo que implica el consumo de edulcorantes no calóricos, por lo cual no se les puede dejar el peso de la toma de decisión entre consumirlos o no, sino que requieren el apoyo de los adultos para una orientación adecuada.

Entre las medidas que recomienda la Organización Mundial de la Salud y que varias naciones han implementado está la regulación del tipo de alimentos y bebidas que se ofrecen y venden al interior de las escuelas. México incursionó recientemente, de manera fallida, en la regulación del tipo de alimentos y bebidas que se venden al interior de las escuelas con el objetivo de que aumentara el consumo de frutas, verduras, cereales integrales y que los niños se hidrataran, principalmente, con agua.

La versión final de la regulación mexicana permite la permanencia de la llamada comida chatarra en las escuelas, estableciendo medidas que van reduciendo el contenido de grasas, sodio y azúcar a lo largo de tres ciclos escolares. Dentro de tres años veremos, en efecto, que los alimentos y bebidas en las escuelas tendrán menos azúcar, grasas y sal, y que parte importante de estos productos estarán endulzados con edulcorantes artificiales no calóricos. Sin embargo, estará ahí la comida chatarra, dentro de las escuelas, desplazando el consumo de los alimentos naturales.

Lo que quedará en las escuelas, después de tres años de aplicación de esta regulación, será una amplia gama de alimentos y bebidas con edulcorantes artificiales que mantendrán el gusto de los menores por los alimentos endulzados. Los menores seguirán atrapados por los colorantes, saborizantes y multiplicidad de aditivos artificiales añadidos a los productos industrializados, para seducirlos visual y gustativamente; desplazando en ellos el consumo de frutas, verduras, cereales integrales y la hidratación a través de agua. El tiempo se habrá perdido y el deterioro de los hábitos alimentarios continuará con todas sus consecuencias en salud. Quienes ganaran tiempo y, sobre todo, dinero serán un puñado de empresas, a costa de la salud de la infancia.

Por Alejandro Calvillo y Xaviera Cabada, miembros de El Poder del Consumidor.
Publicado en El Universal, 10 octubre 2010 > leer